Maracaibo: 496 años de la Tierra del Sol Amada

por | 8 Sep 2025 | Comunidades, Noticia Principal

Maracaibo no se cuenta, se siente. Es como ese sol descarado que no pide permiso y cae sobre la piel con la intensidad de un abrazo caluroso, a veces insoportable, pero siempre inconfundible. La Tierra del Sol Amada cumple 496 años y parece que en vez de envejecer se recarga con la alegría de su gente, como si el Lago le devolviera cada día la juventud en un reflejo.

Maracaibo y sus 496 años
El sol resplandece y brilla con fuerza en el Zulia | Foto: Miguel Ángel González Tenias

La ciudad nació mirando al agua y desde entonces vive enamorada de su espejo verdeazulado. El Lago es padre, madre y testigo. Es la sala inmensa donde se refleja el Puente General Rafael Urdaneta, ese gigante de concreto que a veces se cree guitarra de gaita, con sus cuerdas de hierro que cruzan de orilla a orilla, uniendo historias, amores y hasta peleas de mototaxistas que juran llegar primero.

Aquí todo tiene un aire musical. La gaita no es solo un ritmo: es la manera en que el zuliano conversa con Dios, con la Chinita, con la vida misma. Desde el mercado Las Pulgas hasta la Basílica, siempre hay un coro improvisado que le recuerda al mundo que Maracaibo canta incluso en la desgracia, que se burla de sus dolores con una décima, y que suena como un tambor que no se rinde.

Porque sí, aquí el calor derrite las penas, pero también te invita a reírte de ti mismo. Maracaibo es esa ciudad donde el aire acondicionado es considerado patrimonio inmaterial y los cepillaos —con su chorro de leche condensada como milagro helado— son salvación y rito de iniciación. Si nunca te has congelado la lengua con un cepillao de uva, no conoces de verdad a la ciudad.

Como todo se celebra también en la mesa, Maracaibo es puro sabor. El desayuno arranca con pastelitos crujientes rellenos de queso, carne o pollo, que hacen competencia con las empanadas, mientras el tumbarrancho —ese invento glorioso de arepa frita con jamón y queso, rebozada y coronada con repollo y salsas— desafía cualquier dieta con descaro zuliano.

A media tarde reinan las mandocas, con su dulzor de plátano y queso, y la yoyera, que sabe a infancia y a esquina de barrio. Comer en Maracaibo es una gaita para el paladar.

En Maracaibo se vive la pasión zuliana entre la Chinita y el béisbol

Y si hablamos de pasiones colectivas, el béisbol es religión laica. Aquí no se discute: se vive con intensidad de estadio lleno. Las Águilas del Zulia no son solo un equipo, son un sentimiento que se hereda como la fe en la Chinita. Cada batazo es un grito que vuela sobre el Lago, cada juego en el Luis Aparicio es fiesta y desahogo, y cada fanático es cronista de hazañas que siempre empiezan con un “¿te acuerdas de aquel jonrón…?”. En Maracaibo, el béisbol es el idioma secreto de la esperanza.

En medio de todo está la Chinita. Ella no solo es patrona, es vecina, confidente y guardiana de cada esquina. A la Virgen de Chiquinquirá se le canta, se le baila, se le agradece y hasta se le reclama como a una madre cariñosa que siempre vuelve a abrir los brazos. Su tablita ilumina no solo la Basílica sino los corazones que insisten en resistir con fe.

Maracaibo es sol y sombra, es calor y brisa nocturna, es tambora y poesía, es la voz ronca de un gaitero que nunca olvida de dónde viene. Es la sonrisa amplia de su gente, que a pesar de los pesares se inventa motivos para celebrar.

Al cumplir 496 años, la ciudad no solo sopla velas invisibles sobre el Lago: también le recuerda al mundo que mientras exista un zuliano, habrá gaita, habrá humor, habrá pastelitos, habrá béisbol, habrá un puente que une más que orillas.

Maracaibo no envejece, Maracaibo florece, porque en el corazón de su gente vive encendida la llama de la tierra del sol amada.ve encendida la llama de la tierra del sol amada.

Desde Rostro Caribe y La Chinita en Barranquilla felicitamos a toda Maracaibo

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